Imperofobia y Leyenda Negra

Este ensayo histórico de María Elvira Roca Barea analiza aquellas épocas donde se gestaron las leyendas negras contra los imperios, con especial atención a la del Imperio Español. Según las tesis expuestas por la autora, estas leyendas han sido creadas a través de relatos interesados que aparentan cierta verosimilitud con los hechos que realmente acaecieron, pero que exageran los hechos, ocultan datos relevantes o directamente son inventados para usarlos espuriamente contra el imperio. Lo más preocupante que trasciende tras la lectura es el calado que han tenido a través de la historia y cómo han transmitido una serie de prejuicios que se dan por hecho y que ahora forman parte de nuestro lenguaje, cultura y personalidad.


El esfuerzo de investigación pone en relieve una serie de acontecimientos que han sido manipulados para conseguir objetivos políticos y brinda al lector la oportunidad de obtener una visión más objetiva, así como le invita a buscar en las fuentes la siempre problemática verdad histórica. Es un trabajo inconmensurable de contraste, que muestra cómo este tipo de leyendas no son hechos aislados que hayan afectado en exclusiva a la reputación de España en particular, sino que han sido una espada de Damocles para los imperios: Roma, Rusia o Estados Unidos. 

La autora analiza cómo se han seguido estrategias comunes basadas en ciertos tópicos para mancillar su reputación, a saber: se han gestado inconscientemente, de forma casual u obligados por las circunstancias. Se presenta a sus habitantes y gobernantes como palurdos venidos a más, incultos, soberbios, avariciosos, que promueven la barbarie, la maldad, la depravación sexual y, para el colmo, siempre parecen compartir una cierta inferioridad racial. Además, estos bulos, por lo general, son asumidos por la clase intelectual, tanto dentro como fuera del imperio, que más que intentar esclarecer su certidumbre, los difunden (nos tenemos que imaginar que no por una ignorancia inaplicable a los de su clase), sino como un acto de subordinación a un sesgo de interés ideológico o con objeto de obtener y mantener algún privilegio o status social. De lo contrario, hubieran hecho un mínimo esfuerzo por esclarecer las fuentes y obtener una realidad de los hechos más imparcial y objetiva.

Para hacernos una composición de lugar, no sería difícil entender lo que ocurrió a estos imperios del pasado, si uno simplemente atiende a los tópicos que se vierten contra el imperio americano de la actualidad: los "yanquis" son unos bocazas, bobos y ordinarios con poca clase, que progresan a través de una codicia empresarial desmedida. Están obsesionados con el sexo, las armas, la religión y un neoliberalismo, que ha nacido y se ha desarrollado en su seno, y es el causante de todos los males, guerras e incluso el cambio climático. Como bien dice la autora, estas injurias están basadas en una cierta realidad que no podemos obviar y está sujeta al debate, pero no se cuenta todo lo que hay que contar y, paradójicamente (y esto lo digo yo), estos vituperios se pronuncian mientras se está aprendiendo obsesivamente inglés, sosteniendo una Coca Cola en una mano y una hamburguesa en la otra, con los vaqueros puestos, escuchando rock & roll, usando Internet, Kindle, Netflix; viendo la última película de coches locos o un documental sobre el mundo rústico animado con música country (pues si le pusieran «folk nacional» parecería una antigualla infumable). Por imitar, se imitan hasta los movimientos de cámara de los telediarios y el tono y postura de los presentadores de televisión, y el estilo de la mayoría de los talk-shows, night-shows, morning-shows, las obras teatrales o las películas siguen las modas americanas.

Estados Unidos no es un país perfecto, como no hay países perfectos, y no es este el momento para analizar su ranking en economía o democracia o si su política intervencionista ha podido entrometerse en el gobierno de estados soberanos o ha sacado a Europa de las garras de Hitler, pero lo que queda claro es que desde sus inicios ha sido una economía de libre mercado que ha incentivado una libre competencia que les ha permitido agudizar el ingenio y que, en última instancia, ha creado un caldo de cultivo empresarial donde han prosperado todo tipo de industrias manufactureras, tecnológicas o del entretenimiento como Hollywood o la musical. Otra cuestión sería entrar a valorar si estos productos son buenos o malos o de poca o mucha calidad. O de si alguna de esas empresas resulta un monopolio de facto porque quizás no haya otra idea similar que pueda hacerle la competencia. Pero el hecho de que sus productos o servicios sean consumidos masivamente por millones de ciudadanos en todo el mundo dice algo de su utilidad y parece que por ello, debe de haber "algo" que se está haciendo bien y no pueden ser tan "tontos". 

Cualquiera que haya vivido en ese país un tiempo habrá podido comprobar que su economía es la que más se parece a aquella mano invisible de Adam Smith que regula el mercado y permite a sus empresarios competir. Los imperófobos antiyankis se deberían preguntar por qué esas tecnológicas han surgido allí exclusivamente. ¿Por qué Google no lo inventó un chino, Facebook un iraní, Twitter un alemán, Iphone un polaco, Twitter un ruso, Amazon un senegalés o porque Hollywood no está en Méjico? (aunque quede cerca) Estos éxitos se deben a una meritocracia que ha sido, según nos comenta la autora, común a todos los imperios.

ROMA

El ensayo empieza analizando el imperio romano de quien se ha dicho que está compuesto de gente de la peor calaña, que carecen de antepasados nobles, gestados a través del robo de la propiedad y las mujeres (El rapto de las Sabinas). Roma es una peste para el mundo, que no respeta ni lo divino ni lo humano y se guían por un deseo voraz de poder y riqueza.

RUSIA

De los rusos se ha dicho que son un misterio, unos tártaros borrachos, violentos y agresivos; unos ignorantes semi bárbaros, inferiores moral y racialmente, que también tienen la ambición de raptar a nuestras mujeres y convertir a Europa en su sierva, pero que son una falsa civilización inconsciente que no se sabe gobernar y que en cualquier otro sitio se respira mejor. Rusia es, en su naturaleza, una bestia cruel y estúpida, que sólo sabe beber vodka. Son una raza de eslavos pseudo asiáticos cuyo destino es ser esclavos.

IMPERIO ESPAÑOL

Ahora bien, ha sido la imperofobia anti hispánica la que más países y épocas ha abarcado, la que más ha prevalecido en el tiempo y la que se ha ganado el título internacional de leyenda negra por antonomasia. Para la Italia humanista, que se quería librar de la zarpa imperial, los españoles eran unos marranos manchados de sangre judía, mora y cartaginesa. Eran una raza negra inferior y de baja estatura. Una cultura goda anclada en la edad media. Una banda de herejes, cismáticos, arrogantes, canallas, fanfarrones, malditos de Dios, la hez del mundo y una desgracia que su humanismo florentino tuviera que verse obligada a gente tan abyecta y vil. ¿Cómo podría ser tanta infamia la cabeza del mundo? 

Además, su éxito fue fruto del azar. La reina de Isabel de Castilla (1451-1504), antes de que hubiera un imperio, financió el viaje de Cristóbal Colón (1451-1506), que otras cortes europeas habían descartado por absurdo, y, el marinero genovés (o de donde fuera) tuvo la fortuna de toparse con un continente nuevo cuando iba buscando una ruta alternativa a las Indias; o la casualidad de que la misma reina casara a su hija Juana la Loca (1479-1555) con Felipe de Habsburgo (1478-1506), hijo de Maximiliano I (1459-1519), emperador del Sacro Imperio Romano, y como carambola de la herencia, Carlos I (1500-1558), se hiciera V de Alemania y heredara los Países Bajos, entre otras posesiones, sin tener que derramar una gota de sangre. Todo parece ser para el imperófobo fruto de la casualidad y la suerte.

SACRO IMPERIO Y HOLANDA 

La imperofobia norte europea surge inicialmente como oposición a la idea de Erasmus de Rotterdam (1466-1536) de una Universitas Christiana, que diseña una unión Europea bajo la autoridad del emperador, Carlos V, que conseguiría renovar espiritual y políticamente Europa, y donde sus habitantes defederían la unidad de la cristiandad como miembros de un cuerpo místico, cuya cabeza sería Cristo. El protestantismo surge fundamentalmente para que este proyecto se frustre.

Y Martín Lutero (1483-1546), como líder de esta reforma, bien sabía también dirigir su propaganda: «Más tolerable es vivir bajo poder turco que el español, puesto que los turcos sostienen su reino con justicia, mientras que los españoles evidentemente son bestias». «Contra las hordas asesinas y ladronas, mojo mi pluma en sangre: sus integrantes deben ser aniquilados, estrangulados, apuñalados, en secreto o públicamente, por quien pueda hacerlo como se mata a los perros rabiosos». Lutero da alas al recién nacido humanismo nacionalista alemán, identifica al papa con el Anticristo y a Carlos V como su más fiel siervo, por lo que así carece de autoridad para gobernar sobre los pueblos «germánicos». Su nueva "libertad religiosa'' era el lema perfecto para deshacerse de las imposiciones morales y costosas de Roma.

Además, la imprenta fue el invento teutón que les vino como anillo al dedo para crear la primera campaña mediática a través de la publicación de panfletos atractivamente ilustrados donde se difundirá la idea de que los bienes de la iglesia fueron el resultado de un robo perpetrado por extranjeros (españoles, italianos) y por tanto sería lícito confiscarlos. Los cabecillas iniciales del protestantismo centraron su lucha contra el catolicismo y el imperio español que representaba ese poder extranjero. El término de marranos (heredado del humanismo italiano) es incorporado al alemán (marranen) para designar a los españoles que mezclan su sangre con moros y judíos y el latín con su propia lengua. Lutero lidera un antisemitismo nazi avant la letre promulgando que: «Debemos primeramente prender fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y cubrir con basura todo aquello a lo que no prendamos fuego para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedra o ceniza» (Sobre los judíos y sus mentiras, 1543). O incluso se inventaron profecías como que Alemania será humillada y despojada de sus hombres y bienes y sería sometida al reino de España, pues lo procuraba Satanás. A los españoles se les presenta como aves rapaces, insaciables, sodomitas, violadores, mamelucos, aliados de los turcos, encarnaciones del demonio y a los alemanes partidarios de Carlos V, como traidores a la patria, como «perros que muerden la tierra de sus antepasados y comen la vida de su madre».

Los datos se falsean al referirse, por ejemplo, a la Liga de Esmalcalda y la victoria de 1546-1547 sobre los príncipes alemanes. El historiador alemán Heinz Schilling (1942-) señala que las huestes del emperador contaban con 10.000 italianos y solo 8.000 españoles, aunque la propaganda se fijó sólo en ellos, pues no se mencionan los 16.000 lansquenetes alemanes que acompañaban al emperador. O como el saqueo de Roma de 1527 se atribuye exclusivamente a las milicias españolas, cuando de los 34.000 soldados de que constaba, 6.000 eran españoles, 14.000 alemanes, había también infantería italiana y todos bajo la comandancia de un francés: el duque de Borbón.

INGLATERRA

La leyenda negra proveniente de las islas británicas no se queda corta en sus ataques al imperio. Oliver Cromwell (1599-1658), líder de aquella aventura parlamentaria que acabó decapitando a su propio rey, afirmaba: «En verdad, nuestro verdadero enemigo es el español. Es él. Es un enemigo natural. Lo es hasta la médula, por razón de esa enemistad que hay en él contra todo lo que es Dios». Los españoles son los villanos de su teatro renacentista, malvados, hipócritas, traicioneros. Una escoria de bárbaros donde no se pueden encontrar ni fe, ni cortesía ni civilización. Son unos puercos inmundos, degenerados, desleales, voraces e insaciables. Unos monstruos visigodos, semi-moros, semi-judíos, semi-sarracenos, impíos, crueles y sobre todo lujuriosos.

Y también destaca la autora que son ciertas eminencias del propio imperio español las que ayudan a propagar la leyenda negra. Bartolomé de las Casas (1484-1566), con su Brevíssima relación de la destruyción de las Indias (1552), exagera hasta el límite de la incredulidad las barbaridades que se cometieron en la conquista de América; las cuales serán agigantadas desproporcionadamente por los enemigos del imperio. Antonio Pérez (1534-1611), el famoso secretario forajido de Felipe II (1556-1598), quien viaja  a Londres en 1593 donde publica sus Relaciones bajo un pseudónimo, presentado a su rey como un asesino sin escrúpulos capaz de matar a su hijo Carlos. 

La leyenda negra inglesa recoge en su relato las derrotas españolas de la Armada Invencible en 1588 o en Trafalgar en 1805, pero no se acuerda de que la armada inglesa fue derrotada por la española en San Juan de Ulúa (la moderna Veracruz, México) en 1568, la Contra-Armada de Drake y Norreys en La Coruña, 1589, la defensa de Cartagena de Indias en 1740 por Blas de Lezo (1689-1741); o las aplastantes victorias sobre los ingleses en Argentina en 1806 y 1807 que impidieron unas incursiones que podrían haber sido definitivas para las ambiciones bretonas en Sudamérica.

PAÍSES BAJOS

La imperofobia flamenca llegó al punto de incluir en su himno nacional la presencia de esos españoles que «han violado su tierra''. O incluso ha quedado marcada en su idioma la expresión para asustar a los niños: «Duérmete, que viene el Duque de Alba». Pero lo cierto es que Carlos I de España y V de Alemania no representaba una fuerza de ocupación, sino que más bien era su compatriota (nacido y criado en Prinsenhof de Gante, Flandes), el neerlandés fue su lengua materna y recibió esos territorios como herencia de su abuela paterna, María de Borgoña; y era por tanto, Carlos II de Borgoña y Flandes y Carlos III de Luxemburgo. Obviamente, todo esto se lo legó a su hijo, Felipe II y de ahí que la legitimidad favoreciera a la corona española; pero en demasiadas ocasiones esta se suele poner en cuestión cuando hay otros intereses, creencias, favoritismos y, sobre todo, ambiciones particulares de poder siempre insatisfechas.

Por los datos que se presentan, el casus belli no fue realmente una lucha por la independencia de una potencia extranjera, sino una guerra civil entre neerlandeses y neerlandeses donde el catolicismo representaba la unión con el imperio y el protestantismo la rebelión contra él. Los seguidores de esta reforma se enfrentaban a la legalidad vigente y sus tropas estaban compuestas por holandeses, alemanes o incluso hugonotes franceses, que obviamente secundaban la causa protestante. Los realistas apoyaban la legitimidad de su soberano, a quien apoyaban tropas del imperio compuestas en su mayoría también por holandeses y una minoría de españoles e italianos, que secundaban la causa católica. 

La propaganda de los que resultaron victoriosos ha querido presentar su causa como la búsqueda de la libertad y la independencia y no como una guerra civil entre compatriotas, que es lo que la historia convencional parece querer silenciar y mostrar de otro modo (empezando por el himno actual de Holanda). Se retransmite a los cuatro vientos la crueldad de las tropas del imperio, pero se obvian y ocultan las tropelías y ejecuciones que cometieron los rebeldes contra los católicos. Todo el mundo recuerda el saqueo de Amberes o el rigor del duque de Alba, pero nadie sabe nada de las atrocidades calvinistas en Gante. Además las bajas propias y del enemigo eran computadas oficialmente por las tropas del imperio, seguramente con cierto sesgo, sin embargo, los rebeldes no llevaron ninguna cuenta y si alguna hubo, la han ocultado.

Estas fake news urdidas por el aparato mediático de Guillermo de Orange el Taciturno (1533-1584) y sus seguidores divulgaban la idea de que eran los Países Bajos los que más impuestos soportaban de todo el imperio (Madrid nos roba). O la absurda acusación de que el imperio español se aliaría con el otomano, sería su tributario y así dispondría de más recursos para atacar a los Países Bajos. Una carta falsificada como si fuera de la Inquisición inculpaba a «todo» el pueblo holandés de lesa majestad y amenazaba con confiscar sus bienes. La furia iconoclasta (beeldenstorm) y saqueo de monasterios católicos se justificaba por la represión de la Inquisición (que nunca hubo en los Países Bajos). Y se abultaban las cifras de ejecuciones durante la regencia del duque de Alba de 1.073 a 200.000. 

Ahora era Felipe II quien era presentado como el Anticristo; el papa ya no era el enemigo directo. Fue también el Taciturno con la publicación de su Apología en 1581 el primero en propagar la idea de que el rey Felipe asesinó a su hijo Carlos (1545-1568), mucho antes de que el forajido Antonio López llegara al estilo Puigdemont a Inglaterra en 1593 y publicara sus Relaciones, donde sugiere también tal conspiración. Y estas falsedades fueron creídas durante siglos no sólo por el vulgo (a quien le exime su ajetreo, ignorancia y falta de curiosidad), sino por todo tipo de literatos de diferente pelo y condición como el dramaturgo Friedrich Schiller (1759-1805) con su obra de teatro Don Carlos (Don Karlos, Infant von Spanien, 1787) o la ópera homónima de Giuseppe Verdi (1813-1901). 

La obra de Schiller es elogiada como el canto de un príncipe por la libertad y la independencia de los pueblos, cuando la realidad de Don Carlos es la de un niño de 11 años que contrajo malaria, tuvo un desarrollo anómalo de la columna vertebral, no podía caminar erguido y cojeaba. Con 17 años se cayó por las escaleras persiguiendo a una sirvienta. Se golpeó de mala manera en la cabeza y tras varios tratamientos al final se le hizo una trepanación que le dejó secuelas que influyeron en su carácter y su excentricidad. No podemos saber exactamente si fue por estas desventuras que su padre no delegó puestos de confianza en él, a pesar de que era el príncipe de Asturias, pero esta marginación obviamente irritaba todavía más al heredero. Pero, ¿no es un contrasentido que un rey intente perjudicar a su primogénito varón cuando favorecerle debería ser su prioridad? 

Entre las excentricidades reales de don Carlos se cuentan haber mandado quemar una casa porque le tiraron aguas desde una ventana. Lanzó a un paje y a uno de sus guardarropas por el balcón por alguna desavenencia. Intentó apuñalar en público al mismísimo duque de Alba o pegarle un tiro a don Juan de Austria porque delató sus planes de viajar a Italia. Y se dice que informó al prior del convento de Atocha de su deseo de matar al rey. Es cierto que este desafortunado príncipe tuvo contacto en diferentes ocasiones con rebeldes neerlandeses en Madrid en 1566 (Floris de Montmorency, barón de Montigny; Lamoral, conde de Egmont y Felipe de Montmorency, conde de Horn). Y cuando expresó sus deseos de huir a los Países Bajos al príncipe de Éboli, este informó al rey y al final nunca se le permitió viajar allí. Pero, casual o causalmente, estos tres nobles flamencos fueron ejecutados dos años más tarde por su postura ambigua ante el protestantismo. Y curiosamente, el conde de Lamoral había sido el hombre de confianza de Felipe II en la batalla de Las Gravelinas contra el ejército Francés ocho años antes de su visita a Madrid. Las vueltas que da la vida, diría el conde.

Este comportamiento errático y desequilibrado obligó a Felipe II a confinar a su hijo en sus aposentos sin comunicación con el exterior. El príncipe amenazó con quitarse la vida e inició una huelga de hambre que debilitó su ya delicada salud; lo que se cree pudo ser la causa de su muerte. La licencia que permite a la ficción alejarse de la realidad, llevó a Schiller a tejer un drama que intenta ser una mezcolanza de Edipo Rey (celos paternos), Otelo (celos conyugales) y Simón Bolívar (libertad), cuando debería haber sido una amalgama entre Hamlet (locura), Ricardo III (deformidad y minusvalía) y La Vida es Sueño (tirar a cortesanos por los balcones); pero el poeta idealista alemán se dejó seducir más por la leyenda negra (que se vendía mejor), que por la historia sobre un pobre príncipe perturbado. En su lugar, escribió un drama de errores donde la «cita fatal» se produce cuando la princesa de Éboli atrae al príncipe a un encuentro «misterioso», donde quiere intimar con él porque pensaba que su lánguida mirada iba dirigida a ella y no a su verdadera amada, la reina, Isabel de Valois (1545-1568). Ante su reticencia, en una inaudita estrategia de cortejo, la de Éboli le muestra una carta que prueba que el rey quiere ser su amante. ¡Con qué ligereza se tomó el autor la realidad para escribir tal libertaria ficción!

Por otro lado, la bella y larguísima ópera homónima de Verdi ronda alrededor del mismo relato inverosímil; aunque afortunadamente da un poco igual porque siendo un producto operístico, lo importante es que parezca que se masca alguna tragedia que justifique los contrastes entre tenores y barítonos. Cualquiera que conozca la historia real de don Carlos y se acerque a un teatro a ver la obra o la ópera se dará cuenta de cuánto desafinan ambas piezas. Entonces, como ahora, la ignorancia o el prejuicio consumen con avidez noticias falsas y las convierten en el orgullo de su identidad o, incluso como vemos, en «obras de arte».

LA INQUISICIÓN

La Inquisición española ha sido una de las instituciones más burocratizadas, donde se debía levantar acta de cada expediente y, por tanto, existe tal volumen de información que su mito como protagonista de la leyenda negra ha caído desde el punto de vista historiográfico. Pero, en lo que al imaginario popular toca, todavía se percibe al Santo Oficio como una institución perversa, cruel y sanguinaria debido a que el relato desvirtuado, que ha abarcado varios siglos, ha sido publicado en todo tipo de formatos: panfleto, ensayo, novela, cine, teatro, televisión, ópera, canción popular e himnos inspirados en lo mismo: todo vale con tal que se pueda obtener algún rédito político o económico.

Se difunde desvergonzadamente el bulo de que Galileo fue torturado o incluso quemado en la hoguera o que la Inquisición tenía más poder que el rey o urdían un plan global para exterminar pueblos europeos en su totalidad y así habían ejecutado ya a decenas de miles de herejes. Sin embargo, estas acusaciones se caen cuando se examina la documentación realmente existente para encontrar que, según las cifras que arrojan las investigaciones recientes, se demuestra que el Santo Oficio fue la institución europea que menos sentencias de muerte ejecutó por herejía. Los datos evidencian que durante los 350 años en que la Inquisición estuvo operativa entre 3.000 y 5.000 herejes fueron quemados en la hoguera, mientras que en el mismo período en el resto de Europa se quemaron 150.000. (1)

La tortura sólo afectaba al 2% de los casos, no se podía aplicar durante más de 15 minutos ni poner en riesgo la vida del reo y siempre se requería la presencia de un médico. Y la metodología de tortuna estaba contenida en su Libro de Instrucciones del Santo Oficio. Los inquisidores por lo general eran letrados, fiscales formados en la universidad que buscaban pruebas siguiendo criterios legales y muchos acusados preferían ser arrestados por la Inquisición que por un tribunal civil. El arrepentimiento automáticamente conmutaba la pena de muerte y fue la Inquisición la primera institución en prohibir la tortura un siglo antes que se implementara en otros países de nuestro entorno.

AMÉRICA

Una de las diferencias entre colonialismo e imperialismo es que el colonialista trata a sus súbditos como seres inferiores racial, cultural y jurídicamente, a los que resulta indigno tratar como conciudadanos y mucho menos establecer relaciones matrimoniales o incluso personales. El imperialista, sin caer en la ingenuidad de que no presume de superioridad o comete atrocidades, es más integrador e intenta construir con los nuevos pueblos conquistados un nuevo régimen de convivencia, donde obviamente impone su cultura y tecnología, pero al respetar la vida y la dignidad de los conquistados, genera una nueva cultura. 

Castilla, desde el descubrimiento, se plantea este dilema y otorga a los nuevos territorios una categoría jurídica similar a la que rige en la península ibérica y el mestizaje se da sin mayores reparos prácticamente desde que Hernán Cortés (1485-1547) conoció a La Malinche (1500-1529). A partir de las leyes de Burgos en 1512 hubo un debate abierto donde los más importantes teólogos, filósofos y juristas discutieron a favor y en contra de la conquista en un clima de «libertad de expresión» (inimaginable en los países noreuropeos de la época). Polemizaron sobre si los que se encuentran en un nivel «superior» culturalmente están legitimados a tutelar a los pueblos de cultura «inferior» (Sepulveda); si no existe esa legitimación (Bartolomé de las Casas); si el papa no tiene autoridad para legitimar guerras o conquistas (Vitoria) y muchos otros letrados expresaron sus propias opiniones que, en última instancia, generaron una serie de derechos para estos indios sud y centroamericanos, que sus homólogos norteamericanos ya hubieran deseado. 

La nación española según La Carta de Organización de la Cofradía de la Santísima Resurrección en Roma de 1580, se entiende como «el que fuere de la Corona de Castilla como de la de Aragon y del Reyno de Portugal y de las Islas de Mallorca, Menorca, Cerdena e islas y tierra firme de entrambas indias sin ninguna distinction de edad ni de sexo ni de estado». Se puede decir que, en líneas generales, el imperialismo español tenía una mayor tendencia al maridaje racial y cultural, mientras que el colonialismo noreuropeo, la tendencia era hacia el sometimiento o exterminio del pueblo colonizado. El imperialismo genera clases sociales basadas en el mestizaje, la meritocracia y una cierta oligarquía de intereses creados inherente a todo esquema social. El colonialismo genera dos castas: Los colonizados y los colonizadores, donde los primeros son tratados como parias sin derechos para competir con la casta privilegiada, como la de los ingleses en la India o, el caso extremo de Estados Unidos, donde los colonizados han sido prácticamente exterminados. 

Los españoles construyeron decenas de hospitales con medias de cama por habitante sin comparación en el resto de Europa hasta muchos siglos después. Construyeron universidades de donde salieron unos 150.000 licenciados de todo tipo de razas antes del siglo XIX. Los jesuitas tenían prohibido ejercer su evangelización si no conocían las lenguas indígenas. Los juicios de residencia, heredados del derecho romano, sometían in situ a un proceso público de rendición de cuentas a todos los funcionarios, desde el virrey al último alguacil, que podían ser denunciados por prevaricación, malversación u otro abuso de autoridad y ser condenados a prisión o perder parte de su patrimonio.

Pero esto no quiere decir que no hubiera abusos o incluso se cometieran atrocidades que, por lo general, parecen haber trascendido a través de un relato parcial y subjetivo. Cualquiera que se tome la breve molestia de leer la Brevíssima relación de la destruyción de las Indias (1551 - 20 páginas) de Bartolomé de las Casas podrá observar que es una relación de exageraciones donde los conquistadores matan a indios por «cuentos» (millones) y las barbaridades cometidas son «infinitas» (a falta de una medida más racional). El relato es tan desproporcionado que sólo puede estimular la incredulidad y más bien parece que lo que narra es aquello que le dijo uno que le había dicho otro, que había oído de alguien que ya lo había exagerado. Fue de una tacada traducida al francés y al holandés y convertida en uno de los pilares de la leyenda negra. En esta brevísima relación, el fraile relata cómo «más ha muerto él y sus hermanos con los demás de cuatro y cinco cuentos de ánimas en quince o diez y seis años, desde el año de veinte y cuatro hasta el de cuarenta, y hoy matan y destruyen los que quedan, y así matarán los demás». ¿Cinco millones de personas en quince años? Prácticamente 1.000 muertos por día. ¡Hernán Cortés, que conquistó Tenochtitlan con una tropa de 400 soldados y la ayuda de 2.300 indios enemigos de los Aztecas porque los utilizaban como sacrificios humanos! Por mucho que hubiera crecido su ejército en esos años posteriores, ¿qué logística y recursos humanos utilizó para poder asesinar a 1.000 personas diarias? 

No se trata de obviar o minimizar los crímenes y atrocidades que se cometieron durante la conquista de América, pues fue un choque entre civilizaciones muy diferentes que no puede ser juzgado con los ojos de un viajero del futuro. Pero la desproporción de los datos que maneja de las Casas, probablemente fue llevada a cabo con la mejor de las intenciones para ayudar a los indios (algo que no ocurrió en América del Norte), pero, ¿hubieran sido contemplados de otra manera si su relato se hubiera ajustado más a algún tipo de contabilidad verosímil? Si con su relación consiguió que se tratara mejor a los indios (bienvenido sea), pero por otro lado consiguió que los enemigos del imperio pintaran a sus ciudadanos como bestias salvajes.

Desde prácticamente el inicio de la conquista, la iglesia luchó por los derechos de los indios. Apenas se recuerdan protestantes abogando por los derechos de los indios norteamericanos (o las naciones dependientes domésticas, como se las denominaba) o alguna ley que regule la convivencia. La interpretación protestante de la predestinación excluyó a los indígenas ya que «la ordenación de la voluntad divina que desde la eternidad, tiene elegidos a quienes por medio de la gracia han de lograr la gloria». Los indios obviamente no estaban en esta lista VIP.

En 1511, el dominico español Fray Antonio de Montesinos (1475-1540) se subió al púlpito de su parroquia para denunciar en su Sermón del Adviento la crueldad con que eran tratados y reclamó sus mismos derechos como seres humanos. Causó gran revuelo y llegó a entrevistarse con el rey que le escuchó atentamente y ordenó a su consejo «examinar detenidamente las cosas de las Indias», tras lo cual, un grupo de teólogos y juristas acabaron determinando que el indio no era un salvaje sino un sujeto de derecho semejante al hombre blanco cristiano. Pero de estas cosas no se enteraban por Flandes, que justifican sus necesidades independentistas con el trato descrito por Bartolomé: así tratan a los indios, así nos tratarán a nosotros.

Los jesuitas desde el siglo siguiente al descubrimiento crearon instituciones educativas, escuelas, bibliotecas, donde ciudadanos de cualquier raza recibían una educación superior y a través de las cuales desarrollaron una economía agraria y ganadera rentable que les permitió subsistir con cierta independencia durante más de dos siglos hasta que Carlos III (1716-1788) decidió en 1767 la expulsión de la Compañía de Jesús, tanto de la metrópoli como de las Indias. María Elvira Roca compara este ataque al realizado por Felipe IV de Francia contra la Orden del Temple, donde se fabricó también una leyenda negra de propaganda contra la orden que acabó con su eliminación. La analogía presentada radica en que ambas instituciones habían adquirido una cierta prosperidad, independencia económica y cultura a través de la buena gestión de sus recursos que ayudó a mucha gente y, por tanto, acumularon una reputación y se establecieron como una autoridad amenazadora para el poder real, que decidió eliminarlos de un plumazo presentando en ambos casos pruebas cuestionables.

Asimismo, la autora critica cómo desde la Europa protestante ha habido una campaña de silenciamiento con respecto a la Escuela de Salamanca con exponentes como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Alcalá, Martín de Azpilcueta, Tomás de Mercado o Francisco Suárez. Todos ellos, iusnaturalistas y moralistas, son los fundadores de una escuela de teólogos y juristas que realizaron la tarea de reconciliar la doctrina tomista con el nuevo orden social y económico. Esta omisión deliberada fue debida, según María Elvira, a que existía una percepción generalizada desde el mundo protestante de que en las sociedades católicas siempre hay algo que funciona mal.

Por ejemplo, muchísimo antes de que Thomas Jefferson (1743-1826) escribiera, desde su hermosa plantación de esclavos, en la Declaración de Independencia aquella frase inmortal y universalmente conocida «Sostenemos que... todos los hombres son creados iguales e independientes», el jesuita Francisco Suárez (1548-1617) había escrito: «Todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político sobre el otro». 

LA ILUSTRACIÓN

Los ilustrados, especialmente franceses, prescinden ya de los prejuicios supersticiosos religiosos, para ellos ahora España no forma parte de la «civilización» y se ha quedado sumida en la más profunda ignorancia. La Inquisición es presentada como una institución que va en contra del progreso y tanta religiosiodad es la causante de que en España haya sido eliminado cualquier resquicio de intelectualidad. Y así se han establecido estos prejuicios sobre España, de los que se han alimentado en Europa para mirarnos por encima del hombro; para justificar la guerra de Cuba (los magnates de la prensa amarilla en Estados Unidos); para nutrir el odio de los separatismos peninsulares o el resentimiento desde instancias institucionales en Latinoamérica. Todo vale para ponernos a parir. Cuando, sin obviar las injusticias que se han cometido o el pronto irracional que con frecuencia impera por estos lares, España es un país simpático, acogedor y hospitalario. 

ALGUNAS IMPRECISIONES O DISPUTAS

En la página 280 se comenta que María I Bloody Mary (1516-1558) heredó el trono de Inglaterra cuando Enrique VIII (1491-1547) murió. Realmente fue su hijo con Jane Seymour, Eduardo VI (1537-1553) quien heredó el trono con 9 años el 28 de enero de 1547 a la muerte de su padre y, tras cinco años de reinado, antes de morir por una enfermedad terminal, este declaró sucesora a Lady Jane Gray (1537-1554), bisnieta de Enrique VII, por el temor de que Bloody Mary revertiría la reforma de la iglesia de Inglaterra a la anterior católico romana. A Jane se la conoce como la «reina de los 9 días», ya que eso fue lo que duró su reinado debido a la oposición de María I, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, quien ciertamente intentó revertir dicha reforma religiosa. Aunque a su muerte, tras otros cinco años de reinado, su hermanastra, Isabel I (1533-1603), hija también de Enrique VIII y Ana Bolena, se volverá de nuevo a la Iglesia Anglicana.

La autora, criticando la falta de propaganda, comenta que no hubo nunca Inquisición española en los países bajos. Sin embargo, otros estudios como por ejemplo, La   Inquisición   española   y   otras  inquisiciones:   un   debate histórico  por Adriano Prosperi de la Universidad di Pisa, se cita que «La   imposición   de   la   Inquisición  en los Países Bajos  -y la decisión de no imponerla en Italia- acabó por resolver  un problema  que ya se  le había planteado  en varias  ocasiones  a la  política  hasbúrgica:  el  de  elegir  entre  los  dominios  italianos  y  los  de  los Países  Bajos».

En esta otra fuente se comenta que: «No obstante, la Inquisición española nunca fue introducida en los Países Bajos y tampoco hay pruebas de que Felipe II hubiese pensado alguna vez en hacerlo». Por tanto, parece haber cierta disputa al respecto.

CONCLUSIONES 

Obviamente y en líneas generales, no debemos ser ingenuos e intentar que parezca que aquello que hizo el imperio español fue un jardín de rosas o un dechado de virtudes. Pero por aquello que dice Aristóteles de que: «Entre la amistad y la verdad, que ambas nos son queridas, es una obligación sagrada darle prioridad a la verdad», debemos como lectores no conformarnos con creernos lo que leemos sino buscar los medios para encontrar en la medida de lo posible esa elusiva verdad histórica.

Lo que el que suscribe estas letras u otro podamos comentar sobre Imperofobia y leyenda negra sólo tienen el valor que se le pueda dar al contrastar dichas fuentes. Y tampoco quiero verme obligado a creerme a pies juntillas aquello en lo que quiero creer por mi identidad o mis convicciones. Pero, como sabemos que la mediocridad de los recursos del ciudadano de a pie le impide por tiempo, por voluntad o disciplina, encontrar la documentación que verifique tantos datos, no sería una mala idea reclamar un sistema público capaz de obtener una verdad histórica que se ajuste a estas necesidades; que como la verdad jurídica casi nunca se ajusta a la verdad de lo que realmente aconteció, sino que a través de las pesquisas, pruebas y declaraciones de testigos dictamine una verdad "injustamente" ajustada a ciertos hechos.

Esta base de datos documental de la verdad histórica se podría establecer a través de un espacio web a modo de una wikihistoria que sea de fácil acceso para que los ciudadanos medio(cres) puedan comprobar con la mínima inversión de tiempo (que no tiene) esa "verdad" resultante de los hechos. Un espacio refrendado por historiadores y que no pudiera ser desdeñado por la comunidad científica como lo es Wikipedia. Por un lado, tenemos la arqueología, luego la documentación, la doxografía o estudio de la opiniones de lo que dijo uno u otro. Todo ello publicado en un formato bien organizado a modo de red social donde el usuario pueda interactuar, comentar e incluso aportar documentación y donde podrán a través de una búsqueda relativamente ágil hacerse una composición de lugar de los hechos, evitando las viejas discusiones de si la «Reconquista» fue una reconquista o simplemente una «conquista». O si la corona Catalano-Aragonesa fue realmente Aragonesa-Catalana o simplemente Aragonesa. Tiene que haber suficiente documentación para que el usuario, al buscar estos términos, pueda sacar sus propias conclusiones y que no tenga que creerse a pies juntillas, por su ideología o su ignorancia, que la Reconquista nunca existió o todo lo contrario. Y si no hay una concreción en el debate sobre los datos que se aportan, esa será la resolución: que no podemos tomar una resolución. Pero que al menos tengamos la oportunidad que contrastar conocimientos y opiniones y no tener que creerse ciegamente lo que publique este u otro historiador.

Yo creo y quiero creer en todo lo que se narra en este libro, pero creo que el rigor se vería reforzado si existiera una fuente documental en la que el lector pueda refrendar la información. Y no porque estas se citen y muestren en un libro sino porque en nuestra «wikihistoria» tendríamos la documentación sometida a debate y por tanto estableciendo una dialéctica verdadera entre la fuente, el profesional y el lector. Imagínese usted que todo lo aquí descrito estuviera vinculado a una web donde rápidamente se pudiera:

  1. Comprobar que la documentación es cierta.

  2. Comprobar que la documentación es falsa.

  3. Comprobar que la documentación es ambigua y está sujeta al debate y la controversia.

Es muy importante que estos relatos de imperofobia se hagan públicos a nivel mundial para que los países involucrados y sus ciudadanos hagan examen de conciencia y de su propia historia y empecemos a mirar al mundo de forma más objetiva por la presentación de datos y dejar a un lado la subjetividad que sólo aporta conflictos. En cualquier caso me parece que Imperofobia y la Leyenda Negra es una obra fundamental para cualquier lector interesado en la historia de España, Europa y América. 

Ahora bien, no estoy de acuerdo cuando la autora afirma que: «Al ataque propagandístico no se responde más que de la misma manera, a ser posible de forma más ofensiva y más falsa. Puede uno ser muy elegante y no hacerlo, pero luego que no se queje de viajar en el vagón de tercera» (pág. 507). Primeramente, hay que tener en cuenta que los delincuentes y los mentirosos siempre van por delante de la policía o la verdad, pero no creo que se pueda crear una sociedad racional y justa si los que creen en la honestidad utilizan sus mismas herramientas por mucha ventaja que les lleven. El inmoral no va a tener reparos en hacer lo que tenga que hacer para beneficiarse de su causa, pero un ciudadano o un gobierno que se ajusta a una cierta moral o ética debe encontrar los medios para educarse, recopilar información y cribar toda esa propaganda y fake news. Un gobierno que se salta la legalidad y la moralidad para luchar contra la ilegalidad y la inmoralidad no podrá presentarse como un buen ejemplo. Debería utilizar la inteligencia para contraatacar con una marea más fuerte de información veraz, imparcial, objetiva y contrastada. Ahora bien, todos sabemos que el que no está libre de culpa no va a tirar la primera piedra. El problema ha sido, al menos hasta ahora, y quién sabe cuánto lo seguirá siendo, la ausencia de autoridad moral o los "intereses creados" que permiten que ese tipo de mensajes trasciendan.

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

No hay comentarios: