La Sociedad del Debate

La Sociedad del Debate se forma a través de una serie de grupúsculos de contertulios que se reúnen periódicamente para debatir temas actuales relacionados con la política, la filosofía, la historia, psicología, tecnología, arte y, en fin, todos aquellos asuntos que se considere oportuno abordar. Estos grupúsculos están interconectados, generan el crecimiento de su número y tienen como objetivo la promoción del debate que estimula el razonamiento de las ideas y el pensamiento crítico.

Sócrates, a quien podemos considerar “el padre del debate'', decidió intencionadamente no dejar nada por escrito, «pues la escritura, que es esto se parece a la pintura, tiene de grave que sus obras están presentes como si fueran personas vivas. Pero si las interrogas, callan majestuosamente» (Fedro, 2752). Así, podemos interpretar que aquellas ideas, relatos o noticias que se presentan a través de un libro, una obra de teatro, un documental o unas noticias son una suerte de monólogo unidireccional, ante el cual sus lectores, espectadores u oyentes no tienen opción de réplica y toda esa información es recibida de forma pasiva y a través del único filtro de la razón del receptor.

No obstante, son medios legítimos, válidos y sobra decir que, por muy radical que fuera la postura del filósofo ateniense, la humanidad se ha favorecido indiscutible e inconmensurablemente de esos formatos. ¡Qué sería de la humanidad sin los libros! Pero es evidente que, sin esa réplica, los puntos de vista que en ellos se contienen están sujetos a la opinión, la manipulación o la visión de su autor o autores, y, para poder asimilar sus conceptos con garantías, sería necesaria una labor de investigación o fact checking por parte de los receptores; a no ser que se esté dispuesto a darlos por buenos a priori sin un ejercicio mínimo de crítica.

Por contraste, en una sociedad del debate, el individuo ya no es un simple lector, oyente o espectador expuesto al torrente de información unidireccional, sino que dispone de una plataforma de comunicación que le permite participar activamente en el intercambio dialéctico y emerge de ese estado de absorción o ensimismamiento como pueden ser la televisión, el cine, la radio, una conferencia, la lectura de un libro, el periódico o mismamente una misa. La comunión ahora ya no se realiza a través de un moderador, sino que todos los participantes también son moderadores. En el debate, el ciudadano es el protagonista que defiende su punto de vista, disiente, arguye y participa activamente del intercambio de ideas, a la vez que puede y debe formarse e informarse sobre muchos temas y desarrollar sus capacidades discursivas y de comunicación.

De hecho, eso es lo que hacían Sócrates y sus compatriotas atenienses. Se juntaban en “banquetes” para discutir sus temas filosóficos y así arribaron a muchas conclusiones que, fueran las que fueran, por lo general realzaban su conocimiento y nos han dejado un legado de incalculable valor para las futuras generaciones. Y ahora, a través de las nuevas tecnologías, esos simposios atenienses pueden ser fácilmente replicables de forma fácil y ágil, conectando en remoto a cualquier ciudadano de cualquier nacionalidad, raza o religión a través de debates online para exponer sus ideas y especular o dialogar sobre diferentes asuntos. Faltarán los divanes y los manjares que ofrecía el anfitrión y la presencia directa de los interlocutores, pero ganamos en capilaridad y popularidad por la facilidad de celebrar los eventos: solo es necesario una mínima logística organizativa y las ganas de promover el debate entre nuestros conciudadanos.

Los comensales que protagonizaron aquellos antiguos simposios, por lo que sabemos a través de los diálogos de Platón, eran médicos (Erixímaco), políticos (Alcibíades, Timeo, Critias, Calias), dramaturgos (Agatón, Aristófanes), poetas (Ion), oradores (LisiasAntifonte), sofistas (Protágoras, Hipias, Gorgias), matemáticos (Teeteto, Teodoro, Euclides, Hipócrates), filósofos (HermócratesPródico de Ceos, Fedón de Elis, Antístenes, Critón, Equécrates de Fliunte, Hermógenes, Crátilo, Parménides de Elea), militares (Nicias, Laques), estudiantes o discípulos (Menéxeno, Trasímaco, Glaucón, Polemarco, Éudico, Querefonte, Polo, Simmias y Cebes); o incluso los mismos propietarios del local donde se celebra el debate (Céfalo), sacerdotisas como Diotima, que aunque no fuera invitada, ya que las mujeres en esta época no asistían a estos eventos, sí participó como inspiradora de la teoría del deseo de Eros que le trasmite a Sócrates. En estas reuniones, amenizadas con bebida, comida y, a veces, entretenimiento, se ensalzaba por encima de todo el diálogo y los invitados discutían un tema que surgía espontáneo o que se establecía ad hoc para la ocasión. 

Obviamente, todos ellos, nos tenemos que imaginar, realizaban sus exposiciones para “tener razón” o “llevarse la razón”, como suele ser lo habitual, pero Sócrates, seguramente el más irónico, sagaz y según el Oráculo de Delfos, “el más sabio entre los hombres” no buscaba llevarse a la razón per se como el triunfo de esa noche, sino que utilizaba su método mayéutico para “parir” o dar a luz a dicha razón, verdad o realidad en cuestión en el debate. Y este es uno de los legados más relevantes del filósofo ateniense: hacer las preguntas adecuadas e indagar a través del propio interlocutor las respuestas, ya que él mismo, para probar si lo que había aseverado el oráculo era cierto, realizó pesquisas entre sus conciudadanos: políticos, poetas, artesanos, que no le respondieron satisfactoriamente a cuestiones relacionadas con su propio conocimiento o, cuando lo hacían, intentaron extrapolar lo que sabían pretendiendo saber cosas que no pertenecían a su especialidad. Y así Sócrates concluyó que los demás creen saber, cuando realmente no saben y peor todavía: no son conscientes de tal ignorancia. Conciencia que Sócrates sí afirmaba poseer y que se sintetiza en la frase apócrifa de “sólo sé que no sé nada” (ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα). Y este reconocimiento de ignorancia es precisamente donde residía su sabiduría; o al menos, parece ser un punto de partida más humilde y sensato, aunque fuese a través de la ironía.

Aquel razonamiento discursivo fue el que se convirtió en la moneda cambio de la ética y política necesaria para el florecimiento de una democracia, incipiente e imperfecta para los estándares modernos y postmodernos, pero que estaba formada por ciudadanos responsables (Zoones Politikones) que se sentían concernidos por la “cosa pública” y sabían que su justa distribución, en términos democráticos de su época, dependía en cierta medida de la capacidad de su razonamiento discursivo y el espíritu crítico. Y tanto entonces como ahora, estas facultades del entendimiento no se obtienen exclusivamente a través de una formación académica guiada hacia la consecución de un oficio que garantice un modo de vida, sino para poder argumentar aquellos temas básicos que atañen a la ética, política, psicología, historia o economía que rigen o conforman el espíritu de una vida en sociedad. Lo contrario, la ausencia o abstracción del interés común era lo que hacían los idiotes (ιδιωτης), que sólo se preocupaban de sus asuntos privados, quizá por puro desinterés, indiferencia o negligencia, o porque pensaban que ya serían otros los que “sacarían las castañas del fuego”; cuando lo cierto era, y es, que esa capacidad mínima para analizar la realidad que rige la vida en común es la que podrá garantizar un voto más cualificado y por ende, la selección de unos representantes políticos mejor cualificados.

Por lo tanto, el auge de una sociedad que le da gran importancia al debate estará empoderando intelectualmente a ciudadanos que quieren formarse mejor, estar más informados y sentirse activos en mayor medida en el intercambio de información que ya no es exclusivamente lanzada unidireccionalmente desde un medio panóptico, sino que participa multi-direccionalmente en el intercambio de ideas y está en mejores condiciones para analizar, rebatir y disentir de los datos con que es bombardeado unidireccionalmente en la sociedad de la información en la que vivimos inmersos; y así, estos grupúsculos de debate, cuanto más numerosos sean, mejor actuarán como sintetizadores de la maraña informativa.

Ante esa queja impersonal de “qué se puede hacer”, ante esa crítica de que no estamos haciendo nada, los primeros protagonistas de estos debates online podemos pasar a la ACCIÓN, adquiriendo una responsabilidad apostólica (de enviados; ἀπό- (apo = fuera, lejos) y στέλλω (stello = envío, pongo) de llevar el debate a ciudadanos de toda raza, credo y condición para que a través del mismo mejoren su capacidad para razonar y su espíritu crítico. La sociedad del debate como cultura generalizada se puede convertir en una suerte de democracia indirecta al empoderar al ciudadano a través de la participación en la concepción y la crítica de las ideas. El esfuerzo de la sociedad del debate ya no depende de la organización académica de las instituciones educativas, ideologizadas o no, sino de la capacidad organizativa de los ciudadanos concernidos para inspirar a sus conciudadanos a aprender a pensar.

 

 

 

 


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