Un ciudadano mediocre pero responsable

Al calor de una estrella mediocre, en un sistema solar mediocre dentro de una galaxia mediocre, habitamos en un planeta mediocre. La mayoría tenemos un salario mediocre, una vivienda mediocre, un vehículo mediocre, poseemos una belleza, fuerza e inteligencia mediocre; el bar en el que desayunamos es bastante mediocre y el camarero que nos atiende es igual de mediocre. Por lo general, nuestras perspectivas son bastantes mediocres y hasta nuestra muerte suele ser causada por alguna enfermedad o accidente mediocre. 

Pero a pesar de esta mediocridad imperante, a través de los medios se nos bombardea constantemente con atrayentes mensajes sobre grandes logros, hazañas épicas, casos de éxito, productos excepcionales, que marcan la diferencia entre la mediocridad y la excelencia. Incluso la propia familia se ve imbuida en este ejercicio de proyección hacia el éxito: 

—Mi niño será alguien en la vida… Un genio, ya verás—especulan muchos padres. 

La literatura de autoayuda espiritual y financiera también refuerza esta idea de que si luchamos con ahínco, tenemos una visión positiva y aplicamos una disciplina inquebrantable, al final conseguiremos ese empleo ideal, la casa de ensueño, un coche deportivo o la abundancia suficiente como para que nosotros y nuestra estirpe dejemos por fin ese fango indigno de la mediocridad al que la realidad nos aboca.

¿Es, en la práctica, realista y factible ese mensaje subliminal que trasciende? ¿Es posible que todos los mediocres podamos “triunfar” y vivir en esa mansión con jacuzzi y piscina sin que estallen las burbujas de nuestros sueños? ¿Existe espacio físico en el mundo para construir chalets para tanto mediocre? ¿Dónde almacenaremos tanta agua? ¿Podrán nuestros ríos soportar el desagüe de tanto cloro generado por estos miles de millones de seres que al final han triunfado? Y, ¿si todos tuviéramos un coche deportivo, tener un coche deportivo no pasaría entonces a ser un hecho mediocre? ¿Qué coche tendrían que conseguir aquellos que bajo ningún concepto aceptan permanecer en la nueva vulgaridad y querrán destacar por encima de los que ahora están destacando? Si todos tenemos ya un deportivo X, el deportivo X Plus será el nuevo objeto de deseo para los que se resisten a ser mediocres. 

Pero, entonces, si como parece las leyes de la naturaleza nos relegan a la gran mayoría a vivir en esta zona deslucida, los que escriben estos libros de “autoayuda” y nos venden estos mensajes de éxito y felicidad, ¿son conscientes de que este éxito parece circunscrito por estas leyes injustas y desiguales a un élite privilegiados? ¿La salida de la mediocridad es viable para “todos” los que sean “positivos y disciplinados” como ellos predican o dejan claro en el prefacio de sus superventas que los logros ahí promocionados son sólo posible para unos pocos? ¿O realmente se empecinan en que todos podremos tener mansión con piscina? 

La estadística juega en su contra, como parece jugar contra el actor mediocre cuando sabe que sólo unos pocos pueden llegar a ser estrellas de Hollywood. Y contra los pocos empleados que llegarán a directores de departamento o el número reducido profesores que alcancen la cátedra y para los pocos científicos, periodistas, abogados, arquitectos, que obtendrán un cierto “renombre”. La mayoría de los profesionales por cuenta propia o ajena parecen estar castigados irremediablemente por esta impasible selección natural a residir en esta ordinaria medianía. Y aunque sea Nietzsche con su superhombre y su deseo de poder incontenible el que desprecie románticamente esta mediocridad afirmando que «ser terrible es parte de ser grande», nosotros, los mediocres, los que nos resignamos a ser hombres normales, queremos saber si realmente es necesaria esa terrible desmesura para alcanzar ese ideal de hombre súper virtuoso, súper fuerte, súper espiritual. Pero, realmente, ¿nos interesa ser tan grandes y tan “terribles”?

Un ciudadano responsable (y probablemente mediocre) es consciente de que esta búsqueda de la excelencia no es un hecho aislado de la especie humana sino que es la norma en la naturaleza. Por lo general, los miembros de cada especie luchan por obtener esta celebridad como garante de transmisión de sus genes y al mismo tiempo como mejora de la supervivencia de su propia especie. Esta virtud “alfa” la podemos observar todos los días, especialmente notoria en mamíferos, cuando la hembra elige al macho alfa que ha triunfado en su lucha por el trono de su manada. Y con esta simple lucha dinástica podemos entender la compleja jerarquía social de estos nuevos mamíferos “inteligentes” que, se deberán preguntar si necesitan seguir derrochando esfuerzos para mantener este estatus “alfa”.

Un ciudadano responsable sabe que, si bien este fogoso impulso natural incentiva la competencia y justifica nuestros deseos como seres vivos, el propósito original antes de que el Logos pudiera ser descrito como tal, ya no tiene la misma vigencia y, por lo tanto, debe canalizar esa fuerza emprendedora, a veces irracional, a veces impostora y otras veces, desafortunadamente, criminal y reconvertirla en un paradigma de excelencia basado más bien en el respeto a ciertos principios morales y de virtud, que le ayuden respetar los designios de la naturaleza, pero al mismo tiempo saber esquivar ingeniosamente sus más duras disposiciones.

Ahora un ciudadano responsable entiende que no hay que ser esclavo de posesiones materiales, fama o estatus social, sino amo creativo y jovial de sus circunstancias (más o menos mediocres). Esto no quiere decir que la escala de valores materiales deba ser considerada como buena o mala en sí, pues, si es parte de nuestra naturaleza debe ser observada como parte del proceso, pero, ahora se debe integrar con otra actitud mucho más positiva y comprensiva para sí mismo y para los demás, pues es consciente de que, al igual que con las virtudes, el exceso o defecto es el que afecta negativamente al paradigma general y al suyo propio.

¿Esto quiere decir que debemos abandonar el sueño de aquella mansión con piscina, el deportivo o el triunfo en nuestro sector? No, un Zoon Politikon conoce sus limitaciones y, sobre todo, sabe que la naturaleza sólo puede eliminar una cantidad limitada de cloro. Un Zoon Politikon sabe que sus objetivos en la vida no pueden estar guiados por una obsesión enfermiza, una compensación por una falta de autoestima o una comparación mórbida con sus semejantes y sabe calibrar cuál es su talento y hasta dónde puede llegar en base a un esfuerzo sano, pues lo que realmente desea es aportar armonía al entorno y no demostrar a sus amigos, familia y la sociedad de lo que es capaz. 

Un Zoon Politikon mediocre no se obsesiona por tener un vehículo de alta gama, pues sabe que es más importante que todos tengan un buen vehículo antes de que él tenga el mejor. Ni puede obsesionarse con vivir en un gran chalet, pues sabe que es más importante que todos tengamos una vivienda digna.

Un Zoon Politikon de gran talento trabaja con ilusión para que su obra sea reconocida, pero lo hace desde el deseo de compartir aquello con que ha sido dotado, sabiendo que sus congéneres aprenderán algo o disfrutarán de su obra. Pero no se obsesionará con aparecer en la alfombra roja y en seleccionar los medios de comunicación más oportunos para su promoción. Sabe que estos pueden ser parte del trabajo, pero no conforman la esencia del mismo y por tanto no los selecciona manipulativamente como un advenedizo oportunista, sino que los tratará con espontaneidad, mesura y respeto, pues sabe que es mucho más importante para la sociedad que su obra o su trabajo sea de calidad a que su persona prolifere ventajosamente en los medios, pues esto, como diría Shakespeare, «es ruin y muestra una ambición lamentable». Esto no evitará que sigan proliferando este tipo de artistas “lucrativos” para los que todo vale, pero un ciudadano consecuente debe saber reconocerlos y entender de dónde procede la desesperación que les impulsa a triunfar a cualquier costa; y les entiende porque en el fondo quiere ayudarles como le gustaría que le ayudarán a él.

Un artista de gran talento, pero educado como Zoon Politikon dedicará estos recursos a ayudar a los demás a llegar a serlo también. No debe importar demasiado el estatus de la mediocridad en el escalafón social al que por pura estadística estamos predestinados. Un Zoon Politikon (mediocre o con talento) se ejercita en la virtud y cultiva el mínimo conocimiento básico requerido para llevar a cabo su acto más sagrado: entregarle su voto a un representante político que represente esos mismos valores.

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