Pero Logos ni olvida ni perdona. Es un flujo informativo que mora en la medianía de los contrarios al mismo tiempo que abarca sus polos, pues los conoce y sabe hasta dónde pueden llegar. Y cuando se le provoca o desequilibra, navega inquieto de lo positivo a lo negativo, de lo bueno a lo malo, de lo oscuro a lo luminoso, de lo frío a lo caliente, del reposo al movimiento, de lo materialista a lo idealista, de lo socialista a lo liberal... Busca la armonía, pero tampoco le importa que haya violencia o indolencia porque a Él no le afectan, pues no es ni siquiera una entidad, aunque, si lo fuera, le halagaría saber que le abstraen como un concepto humano o un precepto de la naturaleza. Eso Él le da igual. Él sabe que el que tiene boca se equivoca, el que mucho abarca, poco aprieta, que lo que sube, baja, el que mucho corre, pronto para y el que a hierro mata, a hierro muere. Se ríe de la paradoja, vive de la contradicción, disfruta del contrasentido.
A Él poco le importan las disquisiciones entre Heráclito y Pitágoras. Sabe que pertenece tanto a la naturaleza como a la razón humana. ¿Que antes de esta no podía haber logos porque no había un ente pensante capaz de pensarlo? Eso a Logos le da igual: “Podéis destruir todo lo que habéis construido con vuestra razón”, podría decir. “Y dejarme sólo con la razón de la naturaleza. O incluso, podríais destruir toda la naturaleza y así dejarme sólo con la razón del universo”. A Logos esto le da igual. Su fuerza polarizada es descomunal, pero una vez que encuentra su equilibrio como una órbita, tiende a permanecer impasible e inmutable durante lapsos eternos de tiempo hasta que algún hecho contingente se presente para romper su equilibrio, que deshará lo anterior para crear algo nuevo o lo neutralizará, volviendo en cualquier caso siempre a su esencia primordial: la armonía. Y no pasa nada si al final no pasa nada, simplemente se consumirá al cabo del tiempo para desvanecerse en la nada como si nunca hubiera existido.
Logos mora feliz en su meliflua musicalidad hasta que llega la discordia, contra la que utiliza toda la potencia lógica y necesaria para volver a su morada favorita. El problema de Logos es que no es consciente de que simplemente está siendo y poco le afecta que le confundan con alguna conciencia universal o realidad última como pretende la brahmántica de las escuelas Vedanta, o se le designe como el Verbo (logos) pronunciado por la divinidad. No se sabe dónde se encuentra su fuente, pero, se percibe como es hasta donde llega la percepción humana. Tampoco le importa si alguien se lo imagina como un motor inmóvil, una fuerza anterior, un Uno o un soplo ulterior divino que precede a Logos, que lo ha creado y que lo maneja. La universalidad de las leyes de Logos es tan estable y tan matemática que esas disquisiciones le son irrelevantes, pues si existiera tal fuerza ulterior divina debería haber podido manipular con su supuesta omnipotencia la inefable estabilidad de Logos, pero no lo hace, ni parecen haber habido distorsiones divinas. Logos parece ser inmutable, continuo y predecible. ¿Por qué no interviene la divinidad creadora? ¿Por qué no existe? O es que realmente ¿está interviniendo constantemente y sólo las personas de fe entienden esa intervención?
La razón humana tiene una ventaja: la conciencia; pero tiene más inconvenientes. Por un lado, es mucho más débil que la razón de la naturaleza y tiene mucha menos experiencia, pero por otro, proviene de la misma fuente de razón inconsciente y esta polaridad antagónica la sume en un conflicto que sólo se libera a través de la violencia o la armonía. La razón animal se rige por la misma fuerza bruta del universo. La humana, cautiva de la otra, sólo puede convalidar su estatus y encontrar un pequeño recreo de libertad a través del conocimiento, cuya fuerza antagónica, la ignorancia, suspende su sano juicio y condena al individuo a vivir en un conflicto marcado por su carácter, sus prisas, el sesgo de su interés y el daño que causa a sus semejantes que, por mero ajuste de cuentas del universo, siempre le es devuelto en similar proporción. Y a esta ignorancia, incapaz de sintonizar con el logos universal de la naturaleza, le tocará sufrir sin “saber” de dónde vienen los tiros. Es el ojo por ojo, diente por diente del universo. Un karma no heredado de las acciones en vidas anteriores, de las que no se tiene noticia, sino de las del otro día, cognoscibles para cualquiera, pero reconocidas por muy pocos. Una ignorancia que mira para otro lado y evita su realidad, pero no puede evitar las consecuencias de evitar la realidad hasta que al final siempre le pilla el toro.
Poco conscientes del amigo Logos estaban estos empresarios del puro humeante, que admiraban con orgullo su fábrica humeante desde su palacete rococó, ignorando la importancia que tenía la miserabilidad de las condiciones de sus trabajadores, pues la fomentaban y además le sacaban el máximo provecho. Y este egoísmo (idiotez, hablando en griego antiguo) les impedía ver (y les sigue impidiendo), que el logos tampoco ve, pero siente, tiene vida propia y siempre busca venganza, no por maldad, sino para volver a venir a su morada. Y así, antes de que se les hubiera acabado la caja de puros, a estos emprendedores románticos les apareció en escena el siguiente antagonista de este drama lógico. Karl Marx (1818-1883), no fue el único en percibir esta distorsión en el logos del siglo XIX. Ya habitaban ese siglo societaristas, sindicalistas, anarquistas, mutualistas, socialistas utópicos, que no necesitaban demasiados argumentos para criticar y denunciar la forma en que discurría este liberalismo libertino avant la letre. Y todos tenían su razón (logos), pero probablemente Marx era el que mejor preparado estaba, filosóficamente hablando, para condensar como un crisol todo el sufrimiento y las corrientes económicas y presentar sus teorías como la mayor revelación científica del milenio. Y es que en el siglo de Morse, Faraday, Bell, Edison, Darwin, Doppler, Peral, Nobel, Ampere o Darwin todo sonaba a científico y a Marx le sonó bien este distintivo para su teoría económica como socialismo científico.
En una carta al socialista Ferdinand Lasalle (1825-1864) le comentaba sobre la publicación del Origen de las Especies: «El trabajo de Darwin es muy importante y se adapta a mi propósito, ya que proporciona una base de las ciencias naturales para la lucha de clases». En otra carta a su colega Engels (1820-1895), le dice: «El Origen contiene la base de la historia natural para nuestra visión». En 1873, Marx envió una copia de la segunda edición del Capital, que había sido recientemente publicada, con una carta que se ha perdido y una inscripción que decía: «Sr. Charles Darwin, De parte de su sincero admirador. Karl Marx. Londres 16 de Junio de 1873». A lo que Darwin contestó: «Querido Señor. Agradezco el honor por enviarme su gran trabajo de El Capital; y deseo de todo corazón que fuera más merecedor de recibirlo, por entender mejor sobre el tema importante y profundo de la política económica. Aunque nuestros estudios han sido tan diferentes, creo que ambos deseamos sinceramente la extensión del conocimiento, y esto a la larga seguro que ayudará a la felicidad del mundo».
Liebknecht, un amigo de la familia Marx decía que «durante meses no hablaron de otra cosa más que de Darwin y la enorme relevancia de sus descubrimientos científicos», pero durante siete años no parece que hubo contacto entre ambos; hasta que tras esta crítica que el botánico inglés había hecho a alguno de los Darwinistas Sociales Alemanes: «Qué idea más ridícula parece imponerse en Alemania sobre la conexión entre el Socialismo y la Evolución a través de la Selección Natural», Marx escribió una carta a Darwin, que también se ha perdido y, por tanto, no podemos especular si el filósofo alemán hizo algún comentario al respecto, pero sí nos podemos imaginar que, dado el contenido de la siguiente respuesta de Darwin, le habría propuesto una dedicatoria de la futura traducción al inglés de un volumen o parte del Capital, a la cual el naturalista respondió:
(...) Preferiría que la Parte o Volumen no me fuera dedicada (aunque agradezco su intencionado honor) ya que implica en cierta medida mi aprobación sobre la publicación en general, de la cual no sé nada (...) Me da la impresión (correcta o incorrectamente) que los argumentos directos contra la cristianidad y el teísmo apenas producen algún efecto en el público; y la libertad de pensamiento como mejor se promociona es a través de la iluminación de la mente de los hombres que sucede por el avance de la ciencia. Siempre ha sido mi objetivo, por tanto, evitar escribir sobre religión, y me he confinado a la ciencia (...) Puede que, sin embargo, haya sido predispuesto indebidamente en contra por el dolor que infligiría en algunos miembros de mi familia, si yo apoyara de algún modo ataques directos a la religión...». Se refería sobre todo a su mujer Emma, por la que sentía devoción y que era profundamente religiosa.
Darwin murió en 1882 y Marx un año después. Entonces, Eduard Aveling, el yerno de hecho de Marx, publicó el artículo Charles Darwin y Karl Marx en el que afirmaba que «no había contradicción alguna (entre el marxismo y el darwinismo), que el socialismo es en efecto el resultado lógico de la evolución y que el soporte científico más fuerte se derivaba de las enseñanzas de Darwin».
Ya en 1880, Engels había usado el término socialismo científico para describir cómo las teorías de Marx habían trascendido lo social, político y económico, librándose de su estado primitivo para convertirse en ciencia. Una afirmación que no sabemos si sería refrendada por los postulados del método científico a los que se atenía Darwin, quién sí que parecía tener una predisposición lógica para hablar de lo que sabía y la modestia suficiente para callarse lo que desconocía y ajustarse escrupulosamente al método científico con paciencia y humildad; proponiendo una teoría y poniéndola a prueba, realizando numerosas observaciones que explicaran y probaran sus teorías, evaluando aquello que pudiera significar una contradicción y siendo crítico consigo mismo. Con una intuición intelectual, que le llevó a seguir su propia metodología, que más tarde ha sentado las bases de la biología moderna. Y por los años de estudio que dedicó, da la impresión de que no estaba “desesperado” por probar que estaba en lo cierto, ni buscaba el apoyo de personajes de renombre que “validaran” sus tesis. Simplemente seguía su intuición y no permitió que ese “sesgo del interés” lockiano marcara el ritmo de su trabajo y sus decisiones. En Darwin se puede percibir al científico honesto que trabaja a favor del logos, sin distorsiones ni exaltación, simplemente intentando contribuir, como bien le dijo al inventor del comunismo en la carta, “a la extensión del conocimiento y esto a la larga seguro que ayudará a la felicidad del mundo”.
No podemos poner en duda el calibre filosófico de Marx pues en sus escritos es obvia su erudición y conocimiento del campo. Pero, sin poner en duda el análisis teórico que realizó Marx de las épocas, hipótesis y bien calculada terminología, ¿dónde se encuentran los resultados de su experimentación, ¿en la comuna de París, la Revolución rusa, la China de Mao, la segunda república española, la revolución cubana, la Camboya de Pol Tot, la Yugoslavia de Tito o Corea del Norte? ¿Cuándo se van a contrastar, clasificar y comparar los resultados del “socialismo científico”? ¿Cuáles son sus resultados empíricos? ¿Cuántos se han exiliado o huido de los Estados Unidos o de un país “liberal” por miedo a la represión? Su teoría sobre el socialismo o comunismo es precisamente teoría, como lo pueden ser el liberalismo, el utilitarismo, el conservadurismo, el pacifismo, el socialismo, el progresismo, el anarquismo o el globalismo.
Engels finaliza su prólogo al Manifiesto Comunista (1848) exponiendo la teoría del materialismo histórico de Marx: «...toda la historia ha sido una historia de luchas de clases, de luchas entre las clases explotadas y las clases explotadoras, entre las clases dominadas y las clases dominantes, en los diferentes estados de su desenvolvimiento histórico; pero que esa lucha atraviesa actualmente una etapa en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede emanciparse de la clase que la explota y oprime sin emancipar al propio tiempo, y para siempre, a toda la sociedad de la explotación, de la opresión y de las luchas de clases, – esta idea fundamental pertenece única y exclusivamente a Marx. Lo he declarado a menudo; pero al presente es preciso que esta declaración figure a la cabeza del Manifiesto». Parece como si los pobres proletarios del romanticismo estuvieran ahora peor que los malditos siervos de la edad media o los desafortunados esclavos de la edad antigua.
En el epílogo a la Segunda Edición Alemana de El Capital, Marx recuerda que «fue un gran placer para los epígonos irritados, arrogantes y mediocres (Büchner, Dühring y otros), que ahora se vanaglorian en la Alemania refinada de tratar a Hegel de la misma manera que el valiente Moisés Mendelssohn en la época de Lessing trató a Spinoza, es decir, como un "perro muerto". Por lo tanto, me declaré abiertamente alumno de ese gran pensador, e incluso por aquí y por allá, en el capítulo sobre la teoría del valor, coqueteé con los modos de expresión que le eran propios. La mistificación que sufre la dialéctica en manos de Hegel, no le impide ser el primero en presentar su forma general de trabajar de manera comprensiva y consciente. Con él está cabeza abajo. Se le debe dar la vuelta al revés de nuevo, si se quiere descubrir el fruto racional dentro de la cáscara mística».
En su prólogo a La Contribución a la Crítica de la Economía Política, abunda sobre el desarrollo de su crítica a la teoría “del revés” de Hegel: «Mi investigación me llevó a la conclusión de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política.» Para Marx, el motor de la historia no era el espíritu humano o la acción de las clases superiores y los héroes, sino las relaciones económicas y la lucha de clases y la clase universal no podía ser la sociedad civil o la burocracia, sino el proletariado.
Gustavo Bueno (1924-2016) en su otra Vuelta del revés de Marx (1991) arguye que la división de clases no es anterior al estado, sino que las clases brotan del estado a través de la apropiación de los bienes de dominio colectivo, especialmente un territorio, y cuando este se redistribuye aparecen las clases sociales, que se relacionan a través de su dialéctica de clase, mezclada con las dialécticas entre estados. Según Bueno, el motor de la historia no es ya, por tanto, la lucha de clases sino la pugna entre estados o imperios, que son los verdaderos protagonistas de la historia:
«El «pecado original de la humanidad», si podía hablarse así, al menos a quienes estaban educados en el Antiguo Testamento, habría sido precisamente la fractura de su unidad originaria, propia del «comunismo primitivo», en las dos consabidas clases antagónicas, la de los usurpadores de la propiedad común (territorios, con sus riquezas, bosques, minerales, animales) y la de los expoliados. En los conflictos entre estas clases sociales, así constitutivas, pondría el materialismo marxista el «motor» de la historia». Pero en la vuelta del revés de Bueno, el derecho de propiedad se convierte en el derecho de apropiación y/o capacidad de defensa que tiene un estado para conservar lo apropiado.
Para el filósofo español, las clases sociales no son anteriores al estado y su dialéctica está envuelta por la dialéctica de estados e imperios, por lo que sólo pueden operar en el interior de un estado constituido. Y por tanto, el motor de la historia no es puesto en marcha por las clases sociales sino por los estados o imperios. O, se podría entender, que por las ganas de unos tienen de ser imperio y las que tienen otros de que dejes de serlo. Y estas clases sociales, a parte de que no son homogéneas, no pertenecen a una clase universal sino que, independientemente de sus analogías interestatales, están sobre todo ligadas y son fieles a la bandera de su estado. En las grandes guerras, los obreros alemanes, franceses, ingleses, americanos, etc, se enfrentaron para defender sus estados y no su clase social: «Esta “vuelta del revés” no comportaba, sin embargo, una justificación para borrar de todo punto la dialéctica de las clases en el sentido marxista; pero sí la necesidad de reconocer la involucración continua de la dialéctica de clases con la dialéctica de Estados».
Pero, albricias, parece que hay más de un motor de la historia. Para Hegel es el desarrollo de «La Idea absoluta», a través de una dialéctica entre razón y realidad se llega al «Espíritu absoluto»; para Marx, las relaciones económicas, la lucha de clases; para Bueno, la dialéctica de estados y de imperios; para Kant, el antagonismo; para Fichte, «la realización de las exigencias de la razón en el mundo sensible»; para San Agustín, la Ciudad de Dios; para Nietzsche, la voluntad de poder; para Foucoult, el biopoder, etc, etc, etc. ¿Es cada una de estas teorías subjetiva y por tanto, una mera opinión, o hay alguna de ellas que sea objetiva y se aproxime a la “verdad” o a la ciencia? Y si una es la buena, la otras ¿qué son? ¿Errores? ¿Complementarias? ¿Necesitan todas la vuelta de la vuelta de la vuelta del revés? Si realmente fueran teorías científicas tendrían que estar sumidas en un conflicto irreconcilable: el hombre, o desciende del simio o fue creado por Dios. Ambas teorías son incompatibles y por tanto, una de las dos ha de ser descartada.
Todo el mundo ofrece teorías. ¿Y si el motor de la historia fuera simplemente el individuo, sujeto de la clase, sujeto a la clase, que conforma tanto esta como el estado y es el fabricante de las ideas? Un individuo que, por lo general, a pesar de tanto devenir histórico y tanta experiencia histórica, carece de un mínimo conocimiento filosófico, político o económico que fundamente sus ideas y le ayude para entender su propia cultura. Unas nociones tan básicas que no ocuparían mucho más que cualquier catecismo, donde se incluyan los preceptos morales, filosóficos, políticos y económicos a través de los cuales el individuo sepa guiarse a la hora de gestionar su “dialéctica” de clases y de estados, y sobre todo, que le permitan votar con mayor conocimiento de causa. Si el motor de la historia ha podido ser la lucha de clases o de estados, hoy en día, es la dialéctica de votos. Unos votos revestido de una profunda ignorancia que luchan contra otros y unos políticos que representan dicha ignorancia y que luchan contra otros para que el voto que entra en la urna les sea favorable. El motor de la historia, ¿no debería ser la capacidad del ciudadano responsable para detectar la contradicción, la mentira, el populismo, la demagogia, la falsa promesa, la incompetencia de su representante, y la falsa metahistoria que le quieren colar?
Este ciudadano informado es la última célula indivisible que tiene en sus manos el mayor poder que se puede otorgar: el Voto. Y es él el que con su competencia se sitúa en una clase, el que sustenta ese órgano superior del estado, el que forma parte del organismo universal del mundo y el que tiene la capacidad para compartir una cultura, si ha sido capaz de apercibirla. Esta célula, bien sea analfabeta, inculta o licenciada disfuncional, si no tiene ni el conocimiento ni la autoridad moral para elegir a su representante político, que desarrolle unas políticas que generen bienestar y estabilidad se convierte en víctima de aquellos que le puedan manipular.
Y su ignorancia le condena a vagar por un purgatorio de interacciones dialécticas basadas en opiniones gratuitas, a ventilar sus frustraciones incauto por no saber si sabe o no sabe, a deambular miope, escuchando las teorías de este y otro erudito que le dicen que es el espíritu, la casta, el imperio, el estado o las mil y una filosofía, las mil y una teoría económicas y políticas, inmerso en un lodazal de información que es imposible de desenmarañar, con un mapa en sus manos en el que no se encuentra una fuente limpia. Este individuo ha sido y es víctima de la manipulación de sus semejantes, que por una suerte de fuerza o inteligencia han acaparado el poder desde hace 50, 500 o 5.000 años y que simplemente han actuado como actuaría él en las mismas condiciones, es decir abusando de su poder y dejándose arrastrar por su sesgo del interés, que proviene en ambos casos de su ignorancia y ausencia de virtud.
Marx atinó en la diágnosis de las enfermadades y achaques de su siglo romántico, pero erró en la receta, pues la violencia sólo engendra violencia. Que se lo pregunten a Logos.
1 comentario:
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