"Give me liberty or give me death", Patrick Henry, 1775
Desde entonces esta flor no ha dejado de crecer aunque todavía falta mucho riego, abono y cariño para que pueda ofrecer su belleza esencial. Así fue durante este siglo barroco un cruce de caminos entre la tiranía del poder absoluto y el surgimiento de los primeros parlamentos donde había un mayor representación del pueblo, que quería dejar de ser súbdito o siervo. Aunque no era oro todo lo que brillaba. Estos cambios no podían ser perfectos, pues como todo, se adaptaba a la herencia recibida y la idea de libertad era proclamada con cierta hipocresía por la propia democracia americana o el propio Locke, quienes amparaban todavía la esclavitud, por ejemplo.
El artículo 1 sección 9 de la constitución estadounidense decía originalmente que: «La migración o importación de personas como cualquiera de los Estados existentes ahora consideren apropiado admitir, no serán prohibidas por el Congreso antes del año mil ochocientos ocho, pero se puede imponer un impuesto o tasa sobre dicha Importación, no más de diez dólares por cada Persona». Mientras que el Preámbulo establecía: «Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, para formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, asegurar la Tranquilidad doméstica, proveer la defensa común, promover la bienestar general, y asegurarnos las bendiciones de la libertad para nosotros y nuestra posteridad, ordene y establezca esta Constitución para los Estados Unidos de América».
Libertad e importación de “personas” no son dos sustantivos que conjuguen bien en un mismo texto y así, cuando una constitución no está bien redactada, cuando aparece la paradoja, cuando se subvierte la caprichosa lógica de Logos, esta, más tarde o más temprano impondrá su insondable potestad para subsanar el contrasentido. ¿Quién realizará esta tediosa tarea? ¿El tiempo? ¿La gente razonable? ¿Una guerra civil? Da igual, el logos al final enmendará la plana. Afortunada e inteligentemente eso es lo que han hecho en los Estados Unidos durante el período de vida de su constitución. Han sabido aplicar las enmiendas necesarias sin romper la baraja del todo y adaptarse a los nuevos tiempos, pero si su texto prevalece es porque tenía más cláusulas lógicas que ilógicas en su redacción. Otras constituciones no pueden decir lo mismo y al final Logos se lo recrimina.
De esta guisa, Locke mantenía una postura en sintonía con el espíritu de la época: «Amo y sirviente son nombres tan antiguos como la historia, pero dados a personas de condiciones muy diferentes; (...) Pero hay otra clase de sirvientes que por un nombre peculiar llamamos esclavos, quienes siendo cautivos tomados en una guerra justa están, por derecho de la Naturaleza, sometidos al dominio absoluto y al poder arbitrario de sus amos. Estos hombres, como digo, habiendo perdido sus vidas y, con ello, sus libertades, y habiendo perdido sus propiedades, y estando en el estado de esclavitud, no pueden ser considerados partes de la sociedad civil, cuyo fin principal es la preservación de la propiedad».
Locke era un inversor y beneficiario de la empresa Royal África, empresa líder en el comercio de esclavos, con socios tan destacados como el duque de York, el futuro rey Jacobo II. Así que con toda la razón (logos) dice en el Capítulo IX, apartado 124 de sus Dos Tratados del Gobierno que: «Pues aunque la ley de la naturaleza sea clara e inteligible para todas las criaturas racionales, sin embargo, los hombres, sesgados por su interés, así como ignorantes por falta de estudio del mismo, no son aptos para permitirlo como una ley vinculante para ellos en la aplicación de ello a sus casos particulares». ¿Cómo pudo una mente tan filosóficamente preclara escribir grandes tratados donde en este punto evidencia tal contradicción? Alomejor le se excusabe aquello de que también Aristóteles refrendaba también la esclavitud o la inferioridad de la mujer.
Si ya sabemos que no podemos juzgar con ojos del presente hechos del pasado, pero se debe separar el trigo de la paja para sonsacar la lección de que realmente debemos ejercitarnos en esa casi imposible tarea de no dejar que nuestro interés sesgue nuestras decisiones (gracias Locke por la frase). Porque en primera instancia, perjudicamos al bienestar común y en última instancia a nosotros mismos, si es que nos consideramos parte de ese abstracto común.
Las ideas de Locke vinieron para quedarse y el siglo barroco dio paso al racionalismo y la iluminación que, contando ya con un logos mucho más complejo y desarrollado, vio nacer a importantes lumbreras de nuestra historia. Adam Smith (1723-1790) fue de los primeros filósofos en declarar que la riqueza se crea a través de la labor productiva y que el interés personal motiva a la gente para poner su recursos a buen recaudo. Sus ideas de que la riqueza sigue al capital o que los ciudadanos puedan ser propietarios del mismo son un tópico hoy en día, pero entonces fueron revolucionarias.
En su época, la mayoría de la población vivía y trabajaba en granjas y los artesanos, que estaban organizados en gremios, controlaban la fabricación y venta de los productos. Smith criticó este monopolio gremial y la política intervencionista del gobierno, y en consonancia con un protestantismo ya consolidado, argumentaba que permitir al individuo decidir cómo usar sus recursos propios generaría un mayor beneficio para ellos y para la nación en general. Su libro, La riqueza de las naciones vio la luz en 1776, justo cuando acababa de arrancar la primera revolución industrial (1760≅). Sus conceptos básicos: la división del trabajo, el salario y la formación del precio y la competencia, las distorsiones causadas por el Estado, la acumulación del capital, el interés, la regulación del comercio o la responsabilidad del soberano, son algunos de los temas que se desarrollan en su libro y que sientan las bases para lo que sería luego el muy criticado liberalismo o capitalismo.
Smith aboga por el control de la deuda pública, una moneda fuerte, un sistema impositivo proporcional, una educación pública y privada y una limitación de las instituciones del estado que garantice su seguridad interior y exterior, una justicia imparcial y unas infraestructuras públicas necesarias, que un empresario no podría financiar independientemente.
En el capítulo VIII (Del Salario del Trabajo) dice: «Los sirvientes, trabajadores u obreros de diferentes clases conforman la parte mayoritaria de todas las grandes sociedades políticas. Pero lo que mejora las circunstancias de la parte mayoritaria nunca puede ser considerado como un inconveniente para la totalidad. De ninguna manera una sociedad puede ser floreciente y feliz si una gran parte de sus miembros son pobres y viven en condiciones miserables. Además es de justicia, que los que proveen alimento, vestimenta y alojamiento a todo el cuerpo social, deberían tener tal parte de la producción de su propia labor como para que ellos estén razonablemente bien alimentados, vestidos y alojados».
En la Parte III, Artículo II (Del Gasto de la Institución para la Educación de la Juventud) se pregunta si se debe prestar atención a la educación de la gente. Respondiendo que en algunos casos, la mayoría de los ciudadanos se encuentran en unas condiciones que les permiten desarrollar sus virtudes y capacidades sin intervención del estado. Pero en otros casos, donde no se den dichas condiciones, el estado debe intervenir para proveer esa educación y prevenir la corrupción y degeneración de la población. «Con un gasto muy pequeño, el estado puede facilitar, estimular e incluso imponer sobre la gran masa del pueblo la necesidad de adquirir esos elementos esenciales de la educación (…); el maestro sería pagado por el estado en parte, pero no totalmente, porque si fuera totalmente, o incluso principalmente pagado por el estado, pronto se acostumbraría a desatender su trabajo (…) La ciencia es el gran antídoto contra el veneno del fanatismo y la superstición; y donde todas las clases superiores están libres de él, las inferiores no podrán evitar estar muy expuestas al mismo».
Sobre el conservadurismo o el progresismo dice lo siguiente: «El estado progresivo es, en realidad, el estado alegre y saludable; el inmovilista es soso y apagado; el recesivo, melancólico».
En la Parte II (del Gasto en Justicia) menciona: «El segundo deber del soberano es el de proteger, en la medida de lo posible, a todos los miembros de la sociedad de la injusticia u opresión de todos los demás miembros de ella, o el deber de establecer una administración exacta de justicia...»
Sobre materia de impuestos dice: «Resta que este gasto (de cualquier estado grande y civilizado) debe, en su mayor parte, ser sufragado por impuestos de un tipo u otro, contribuyendo el pueblo con una parte de sus propios ingresos privados, a fin de constituir un ingreso público para el soberano o el Estado». «Los súbditos de cada estado deben contribuir al apoyo del gobierno, en la medida de lo posible, en proporción a sus respectivas capacidades; es decir, en proporción a los ingresos de los que disfrutan respectivamente bajo la protección del Estado».
«El comercio y las manufacturas rara vez pueden prosperar durante mucho tiempo en un estado que no goce de una administración regular de justicia; en el que el pueblo no se sienta seguro en la posesión de su propiedad, en el que la fe de los contratos no se apoye en la ley; y en el que no se supone que la autoridad del estado se emplee regularmente para hacer cumplir el pago de las deudas de todos aquellos que pueden pagar». «Cuando el poder judicial está unido al poder ejecutivo, es poco probable que la justicia no deba ser sacrificada con frecuencia a lo que se llama vulgarmente política (…) Pero de la administración imparcial de justicia depende la libertad de cada individuo, el sentido que tiene de su propia seguridad.».
Una mente tan preclara y unas ideas tan precisas no iban a tener una recepción perfecta entre sus coetáneos. Y ni siquiera se sabe si podrá tener una buena acogida cuando todavía muchos piensan que el liberalismo es “facha”, implica la desaparición del estado o de los impuestos o es campo libre para la explotación indiscriminada; cuando el liberalismo como Smith lo desarrolla en su libro es libertad y justicia bien administradas. A lo mejor es que las ideas de Smith todavía no han sido bien implementadas.
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